José Ivars Ivars /Divulgador e investigador filatélico
La correspondencia epistolar entre enamorados, ha dado mucho juego a lo largo de la historia a escritores y novelistas. En aquellos tiempos en los que solo las cartas eran la única forma posible que tenían dos enamorados en la distancia, de mantener el contacto, recibir una epístola del ser amado y guardarla, era algo habitual.
Los protagonistas de la historia eran una pareja joven de enamorados cuya relación pareció ser el secreto mejor guardado de la época. Corría el año 1847 cuando James Wallace Hoff, un jovencito de la ciudad de Alexandria en el estado de Virginia, mantenía en secreto una relación sentimental y a distancia con Jannett H. Brown, de Richmond (Virginia), con la cual se carteaba (precioso termino) a menudo, pero a escondidas dado que sus familias se oponían a este noviazgo por razones de ideología religiosa, una familia era presbiteriana y la otra episcopaliana, además de ser primos segundos.
Tenían como norma el no guardar ninguna carta recibida para que nunca pudieran sus familias descubrir ese amor que se profesaban. De hecho en esta carta, como en tantas otras, solía terminarlas diciéndole a Jannett “…que arda como de costumbre…” (1), en claro significado de que una vez leído el contenido intimo que el uno escribía al otro, su mayor secreto tendría un final de novela, ó incluso de película. Menos mal que Jannett, en una de esas ocasiones en las que recibió carta de quién al final se convertiría con el tiempo en su marido, no le hizo caso y guardó fielmente la carta. Con ese gesto le dio a la historia postal americana (y mundial) una de las piezas más importantes que se conservan.
La carta fue escrita y enviada el 24 de noviembre de 1847, justo un par de años después de que el Congreso de los Estados Unidos de América acordase establecer unas tarifas unificadas a nivel federal. El remitente, nuestro enamorado protagonista, usó para enviar la carta un ejemplar del sello provisional (local) (2) emitido por la oficina postal de Alexandria (Virginia) a instancia de su Jefe de correos Daniel Bryan, sin que esté claro si la emisión se puso en circulación en 1847 o un año antes. De esta emisión, una de las más codiciadas de la filatelia mundial, se conocen tan solo 7 ejemplares en todo el mundo, de los cuales 6 son con el color original (o válido) que fue el beige (algunos catálogos lo describen como “en papel ante” y también como “crema”), y tan solo un ejemplar en color azul, que justamente es el que usó nuestro protagonista, y cuya enamorada tan discretamente supo guardar sin saber que un día, pasados los años, ese secreto que mantenían entre ambos, daría a la filatelia mundial una de las piezas más extraordinarias que se conocen.
El sello “azul” de la emisión “provisional” de Alexandria, se le conoce en el argot filatélico como The Blue Boy, en clara referencia pictórica al cuadro del autor británico Thomas Gainsborouhg, en el que se ve a un niño elegantemente vestido con ropa en tonos azulados. Esta emisión de ruda y simple realización, nace fruto de la toma de decisiones que adoptaron algunos jefes locales de correos que ante la falta de los primeros sellos establecidos por el correo norteamericano, se las ingeniaron para realizar sus propias emisiones, con diseños a cada cual más curioso y diferente.
Este con una sencillez extraordinaria, nos muestra un sello circular, sin dentar, que se tuvo que recordar a mano, sin que se sepa la tirada final que del mismo se hizo, pero del que se apunta que se hicieron 2 tiradas, y en el que podemos apreciar un texto encerrado en un círculo de asteriscos que en el tipo “I” son 40 los contabilizados, y en el tipo “II” son 39. En el interior del circulo el texto en color negro “Alexandria Post Office” y en el centro del mismo el valor de 5 centavos.
Nuestra carta protagonista, fue fielmente conservada por la pareja de enamorados. Tal vez quién la guardó durante años fuese Jannett, y para James aquella carta que envió en noviembre de 1847, fuese pasto de las llamas como tenían acordado. La verdad es que la pareja finalmente se casó, y fue al fallecer Jannett cuando su hija (también de nombre Jannett (3)) en 1907 la encontró bien guardada en un cajón de una vieja cómoda o armario. Algunas crónicas apuntan que en realidad Jannett nunca hizo caso de los consejos de su marido, por aquel entonces novio enamorado, y lo que su hija encontró fueron todas las cartas (sobre y contenido) que durante tantos años había recibido de forma clandestina o secreta. ¡Y entre todas ellas, una destacaba por encima de las otras!
Debió ser un hallazgo muy especial para ella aunque desconocía lo que entre manos tenía filatélicamente hablando. Pero lo quiso averiguar, y desde entonces este pedazo de la historia postal americana ha llevado un periplo filatélico destacable, formando parte de muchas colecciones privadas, y atesorando un valor que cada vez que sale a subasta alcanza cifras de vértigo.
En 1981 (4) su valor llegó al millón de dólares, precio por el que se ha vuelto a vender recientemente (2019) (5). Sin menospreciar el valor alcanzado, este sello inalcanzable para la mayoría de los mortales filatelistas, nos viene a demostrar nuevamente que a través de la correspondencia epistolar, en especial de aquellas románticas épocas que una comunicación postal como única herramienta de comunicación, se pueden encontrar historias de un calado significativo. Si bien el interior de la carta en ocasiones poco o nada tiene que ver con la filatelia, en esta ocasión sello y misiva están unidos de por vida, como lo estuvieron James y Jannett.
Notas: